

Después del cine otro de esos placeres secretos que uno se regala de vez en cuando. Era la primera noche de este verano, y apenas me había dado cuenta (de hecho nadie se dio cuenta). Con la ventaja de no tener que madrugar, después de acompañar a Kla a su casa, me perdí por las calles de mi ciudad, en paz conmigo mismo, recorriendo lugares cercanos y la vez muy lejanos, de otro tiempo, la casa donde viví, la acera que tanta veces recorrí de crío saltando de baldosas blancas en baldosas blancas, … para acabar frente a cuatro pequeños agujeros en el mármol blanco, cuatro pequeños restos prácticamente invisibles y una sombra rectangular alrededor de ellos. Allí, noté como alguien me cogía las manos, me daba las buenas noches y, apaciblemente, se despedía de mí, susurrándome al oído: pásalo bien. Y eso es lo que voy a hacer.
Un lujo, la primera noche del verano, solo para mi. Es posible que este relato medio ficticio medio real no sea relevante, no sea más que una de esos arrebatos líricos que me dan a bordo de los Aves con el portátil. ¿Qué más da? Chorradas desde el tren, una vez más…