Una de esas visitas pendientes desde que, hace muchos años, en un viaje de trabajo con un Xantia alquilado y la BSO de los Chicago (cassette comprado en gasolinera) me quedé a las puertas de esta ciudad donde mi padre siempre cuenta que comenzó su carrera profesional. Si además uno va bien acompañado y tiene la Canon reparada, el viaje se presentaba perfecto pese al clima variable.
Coria tiene un casco histórico impresionante, que desgraciadamente está poco habitado y además, tiene demasiados coches estropeando fotos, vistas y paseos... que manía meter los coches indiscriminadamente donde no son necesarios. Yo dejé el mío fuera, y caminé unos 300 metros hasta el hotel, ¡peazo proeza!
Las viejas casas del casco solo las ocupan las peñas para las ferias cuando se celebran los encierros (conocida es la taurofilia/taurofobia de estas gentes, les gustan los toros, pero básicamente para putearlos, véase el toro de Coria). Las peñas despliegan toda su creatividad para decorar las casas.
Para evitar colisiones en las salidas desde la muralla, han puesto estos dobles espejos tan fotogénicos.
El día de llegada estaba nublado y era tarde, así que no era el mejor momento para las fotos. El domingo, en cambio, aprovechamos la mañana para fotografiar el puente sobre el Alagón, curioso puente sin río.
El sábado nos acercamos a las Hurdes, otra de esas zonas que quería visitar desde que tuve noticia del viaje de Alfonso XIII para descubrir el abismo que separaba a las dos Españas en los años 20.
Los pequeños pueblos de las Hurdes sufren de despoblación, de abandono y de un cierto descontrol urbanístico/paisajístico. Aún así, algunos mantienen ese sabor casi neolítico.
Imágenes de contraste entre el pasado remoto y el pasado reciente, porque presente se ve poco.
Los dueños y señores de muchos de estos pueblos son los gatos que campan a sus anchas, como permanentes vigías de un territorio abandonado.
Por la tarde hicimos un poco de senderismo hacia un bonito meandro del Alagón, coincidente con la cola de un embalse.
El domingo nos acercamos a Granadilla, un curioso pueblo abandonado como consecuencia de la construcción de un embalse, ahora convertido en campo de trabajo para jóvenes y adolescentes. El pueblo conserva una impresionante muralla, así como una torre fortificada.
El resto del pueblo está en ruinas, a excepción de las casas rehabilitadas para los jóvenes. Un guardia riguroso cierra y abre el pueblo, con lo que si lo quieres ver, infórmate antes del horario de visitas.
Ya de vuelta paramos en Galisteo, un pueblo también amurallado, con sabor y cierto abandono, del que me llamaron la atención las casas construidas contra la muralla. Hice muchas más fotos, pero con estas es suficiente para tener una muestra.
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