Hace unas semanas ya disfrutamos de un fin de semana de contrastes en Madrid: orgullo gay, rastro y concierto de música clásica (en la vída hay que darle a todo ;-). Buen ambiente veraniego, gente en las terrazas, extranjeros, muchos chicos, de aspecto cuidado, muy cuidado, cuando de repente, nos dimos cuenta que estábamos en el día del orgullo gay. Para ver el tamareo, nos dirigimos al centro del "ambiente", esto es, la plaza de Chueca, no sin antes parar a comer en un restaurante agradable, gestionado por miembros de la comunidad.
Aunque era pronto y la gran fiesta era por la tarde, había gentecilla y todo el barrio estaba decorado para la ocasión con las banderas arco iris. Solo en Chueca puede uno ver una señal de paso de peatones como la de arriba. O mejor aún, encontrarse con una pastelería en la que hay unos muñecos como los de abajo.
Tras reírnos de las ocurrencias del personal, nos fuimos a descansar y prepararnos para lo que nos había llevado a Madrid, un concierto de grandes coros de ópera en el auditorio de Madrid que, aunque no soy para nada un melómano del mundo clásico, he de decir que no nos defraudó, además de descubrir la compleja técnica y gran responsabilidad del maestro responsable de los platillos. Todo un ritual cada vez que le tocaba intervenir, con tirón de tirantes incluido.
Al día siguiente nos fuimos al rastro, luego las tradicionales cañítas por la Latina, donde vimos el curioso trampantojo que los grafiteros, como de costumbre, no respetan.
Después un paseíto por Lavapiés, a disfrutar del ambiente multicultural, y aprovechar al resurrección de la Canon para retomar el tema de los collages urbanos:
La verdad es que las posibilidades compositivas de las paredes de las ciudades son infinitas.
Paseando por las calles, uno se puede encontrar con padres de familia que los domingos se transforman en terroríficos ángeles del infierno. Evidentemente, si lo que pretendía era llamar la atención, objetivo cumplido.
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