La semana pasada, unos buenos amigos me sacaron al cine, al que hacía mucho que iba (y mucho más si excluimos mis masoquistas visitas a la filmoteca). La idea era ver Origen, una película de la que me habían llegado buenas referencias.
La historia son muchas historias juntas, algunas reales, algunas sueños en los que los personajes se adentran. Los sueños tienen algo de surrealista, y lo que en ellos sucede, siempre es más intenso que en la realidad.
La trama es interesante, el logrado guión consigue que no te pierdas pese a la complejidad de la historia. Como buena producción made in USA, le sobran 4322 tiros y casi tantas explosiones. Las arquitecturas de los sueños son interesantes. Hasta sale la escalera imposible de M.C. Escher con la que mi profesor de dibujo nos torturó hace muchos años. A mí me gustó, es recomendable sin ser un peliculón.
La parte más interesante de la historia es la lucha de protagonista por huir de sus sueños, el único lugar donde todavía conserva lo que perdió, su pareja. Los sueños son así, construidos por nuestro cerebro, nos traen imágenes, lugares y, lo que es peor, personas, que andan guardadas en nuestros recuerdos. Al despertar, en esos minutos o segundos de consciencia parcial, todavía sentimos el sueño como real. No apetece salir de ahí, pero al final, muy rápido, se sale. Afortunadamente, la nostalgia solo dura unos segundos, y al salir de la ducha no queda el más ligero rastro.
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