Este fin de semana a Sevilla, a ver a AC/DC (gira Black Ice, penúltimo concierto), esto es un no parar. Me centro en el concierto, ya hablaré (o no) de Sevilla.
Estadio Olímpico (sin olimpiada), 60.000 o más, de todo tipo, mogollón, cervezas, colas. Llegamos en Autobús lanzadera (bien organizado, si señor), y accedimos sin demasiadas colas a nuestra elevada entrada (un poco lejos, pero más tranquis, es lo que había). En la entrada de pista la cosa debió ir peor, porque entró gente a saco hasta el último momento.
Vi a los AC/DC hace unos 15 años, en las Ventas, con el Capo Muñón, el día que se grabó el vídeo No Bull. Aquello fue bestial, por entonces yo curraba en Madrid, y nos vino a güevo. Ya entonces aluciné de la caña que metían esos abuelos, con lo que 15 años más tarde tenía mis dudas... pero me equivoqué.
El sábado asistimos a un ritual colectivo, una involución en grupo, un ataque de Síndrome de Peter Pan en masa, premeditado y alevoso. Solo así que explica lo que vivimos. Me explico: yo conocí a AC/DC con unos 13 años, con el Back in Black recién sacado. Un casette Tudor de 90 minutos con el Highway to hell en la otra cara, y a darle en el loro. A mí nunca me han gustado demasiado, me va la música más compleja, pero reconozco la personalidad, la caña, la fuerza...
En nuestros años de adolescencia, el Heavy tenía algo de rebeldía juvenil, ya comulgaras con las estética o no. Molaba la caña, lo duro, el ir en contra de la "música comercial", de la movida y los pijillos, e incluso que no esa música no le gustara a la mayoría de las chicas (así nos iba).
Ahora, casi 30 años después, esos heavies antisistema de perfil bajo son padres de familia, señores respetados, con sus buenos sueldos, su posición... solo así se explica que se puedan gastar sin pensarlo 72 € en la entrada, el viaje, el hotel, la camiseta negra que les (nos) hizo volver a la adolescencia en un pis pas, y hasta unos cuernos luminosos que no dudaron en enarbolar sobre su cabeza como si eso fuera "lo normal" para un adulto responsable de cuarentaytantos... (las lucecitas de la foto).
Y así fue como, en esas horas, todos fuimos Peter Pan, como volvimos a la adolescencia, como gritamos el I'm on a Highway to Hell, como vibramos con esos acordes simples, con los sonidos sostenidos a base de ecos distorsionados de la guitarra de Young. Y eso solo fue posible gracias a que los mismos AC/DC interpretaron a ese Peter Pan por el que no pasa el tiempo de manera impecable. Poco importa el sonido (al principio mejorable), que al cantante no se el entendiera (nunca se le ha entendido), que el guión fuera previsible (pocas sorpresas)...
Allí vibramos con los clásicos, los solos de Angus (impresionante su forma física, su técnica, bueno, prefiero a Satriani, pero no se mueve tanto ;-), los pasitos adelante y atrás del dúo rítmico (Malcom y el bajista, con un bajo sin pastillas superiores que no sirven para nada cuando de lo que se trata es de sonar pesado), la muñeca, la campana, los cañones.
Después de dos horas cronometradas de show, aquello se acabó, y poco a poco volvimos a la realidad (a algunos les llevó unas horas, otros, como el de la foto de arriba, jamás despertarán), le dijimos adiós al adolescente que tenemos dentro adormilado y nos reencontramos con nuestro presente, con nuestro ahora, con lo que somos, aunque eso sí, siempre nos quedará en fondo de la mente un, tan, tararán, tararán, tirirorirán...
No hay comentarios:
Publicar un comentario