Un repasito a algunos de los miles de edificios interesantes de San Francisco. No me refiero a los edificios de firma, cuyo interés suele ser efímero. Me refiero a esos que cuentan algo, que son testigo de un tiempo, de una forma de hacer ciudades, de situaciones varias... Arriba un contraste, la pirámide de oficinas del edificio Transamérica achicado por una joyita en la calle, a escala humana, con un negocio abajo y unos vecinos arriba, ahí es nada. Parece que lo ha comprado Francis Ford Coppola, y abajo venden vinos del director de Corazonada (jamás olvidaré a Natasha Kinski...).
A veces los edificios son grandes, pero el tiempo, o mejor, los tiempos cambian, los dejan pequeños. Por eso hay que recrecerlos, ampliarlos, hacia atrás o hacia arriba. Curioso, ¿verdad? Mucho más interesante y valioso que la solución española: demoler y construir.
A veces uno encuentra edificios parecidos al Flatiron de N.Y., aunque más pequeños, con más ángulo. Si está en EE.UU. lo preside la bandera nacional, si es en España no se sabe.
En San Francisco molan los edificios como este hotel, sobre todo por las escaleras de incendios, y el mega cornisón.
Como las calles tienen pendientes salvajes (ya haré, o no, un capítulo para las calles), la altura de los edificios varía salvajemente. A un lado un cochera, al otro, un casi nada. La escalera en medio, a distinto nivel que las crujías laterales. Mira, mira, mira.
A veces los edificios son pequeños y otros más grandes los arropan, les dan cobijo, los abrazan... O a lo mejor al pequeño le cortaron los pies y bajó un par de plantas.
Pero en San Francisco también hay edificios en el lado oscuro de la fuerza, como este horrible e inmenso edificio de aparcamientos. Algo falla en las ciudades cuando lo más rentable que sabemos hacer con un suelo es utilizarlo para almacenar cacharros.
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