Sigo con las crónicas del intenso viaje a EE.UU. Para hacer una excursión por el interior alquilamos un coche. Esperábamos un Hyundai, pero finalmente nos soltaron este Mercury Milan. A bote pronto me pareció un tanque demasiado yankee, pero la verdad es que al final me alegré, si uno viaja por EE.UU., lo tiene que hacer en un coche americano de verdad. Ni que decir tiene que por dentro, todo eran recovecos, lucecitas y gadgets extraños. Un buen rato me costó localizar el cruise control.
Salimos hacia el interior de California en dirección a Reno (Nevada), pasando por Sacramento y Davis. En la autopista, subiendo Sierra Nevada, paramos en un área de descanso. Increíble las instalaciones, los servicios, la limpieza... En España sería un estercolero grafiteado.
Pasamos Reno, al que volveríamos por la tarde, y nos dirigimos a lago de la Pirámide, un curioso lago enorme en mitad del desierto de Nevada. Su nombre viene de una isla con forma piramidal que tiene en el centro.
Otra de las curiosidades es la presencia de enormes pelícanos blancos en el lago.
O la roca de la palomita, bautizada así por motivos obvios. Aunque no hacía frío, el viento era bastante desagradable, lo que incluso formaba bastante oleaje en el río.
La carretera que da acceso al lago y lo bordea (la 447) es una Scenic Byway, algo parecido a una carretera paisajística, que en EE.UU. están catalogadas y suelen llevar a lugares y paisajes singulares, además de ser estéticamente valiosas en sí mismas.
La carretera en el desierto es verdaderamente fotogénica. Rectas inmensas plegadas al terreno, casi sin tráfico, marcadas a 65 mph, lo que tratándose de EE.UU. es mucho.
Los cruces eran simples, el desierto inmenso, las montañas, impresionantes.
Junto al lago hay una reserva de indios (no recuerdo de que tribu). Pequeño pueblo, con un museo etnográfico, con alguna gasolinera, todo atendido por nativos americanos.
Pese a estar en el desierto, a lo lejos, las montañas rocosas, tenían todavía mucha nieve, como comprobaríamos de cerca al día siguiente.
Poco tráfico, pero el que había, típico americano... La verdad es el que el desierto tiene su encanto.
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