Aprovechado el puente, y gracias al impulso de la infatigable Kla, nos fuimos a ver la capital de la república (qué locos) checa. Mucho turismo de guía a toda velocidad, pero lo vimos casi todo (de lo turístico, por de la Praga de a pié, poco poco).
Cerca del hotel estaba el muro de John Lennon, un muro que repintan una y otra vez, los unos y los otros. En cualquier ciudad sería una pared más, aquí viene en las guías turísticas.
También cerca del hotel había un pequeño puente sobre el canal de un molino, cuya rueda giraba y giraba sin parar. En el puente, la moda de poner candaditos para sellar el amor eterno, que está científicamente demostrado que dura seis meses.
Un poco descoordinados con los horarios de visita, tuvimos que subir un par de veces al palacio/castillo/catedral que se encuentra al otro lado del río (el poder, que se alejó del pueblo para verlo desde arriba y tenerlo controlado).
En Praga hay muchas galerías comerciales. En una de ellas, esta curiosa estatua, el caballo invertido sacando la lengua con el jinete encima.
Uno de los pocos edificios modernos de Praga es este, obra de Frank Gery, el del Guggenheim, y el de la curiosa bodega de EL Ciego que tanto nos hizo reír. Este es no de los primeros edificios en los que se le fue la pinza. Por cierto, lo llaman Ginger y Fred, adivina el porqué.
En Praga hay un montón de edificios antiguos, pero los que más me llamaron la atención fueron los de primeros de siglo, como este.
Dentro de los edificios de la época destaca la estación central de ferrocarril, impresionante. Lástima que su adaptación a los tiempos actuales haciendo pasar una autopista por su puerta haya destrozado su fachada. Algún día, un concurso de ideas, versará sobre como recuperarla.
Otra de las cosas más interesantes que vimos fue el museo de Alfons Mucha, ilustrador famoso del art decó que además se hizo estas impresionantes vidrieras de la catedral.
El puente de Carlos, con sus estatuas negras, es uno de los símbolos de la ciudad, y probablemente uno de los puentes más famosos del mundo. Desgraciadamente, para disfrutarlo como en esta foto hay que madrugar, porque el resto del tiempo está plagado de turistas arriba y abajo, y de vendedores de jilipolleces varias que podrían venderse en cualquier otro lugar.
Al anochecer, desde el puente, se puede disfrutar de la puesta de sol detrás del palacio (el Cristo es una de las muchas estatuas del puente).
Junto al río hay una zona dedicada al arte moderno. Unos gigantescos bebes gateadores sin rostro dan el toque inquietante...
...mientras que el coche de macramé deja claro que desde que Duchamp hiciera una fuente con un urinario, todo vale en el arte.
Estuvimos viendo las sinagogas judías y el cementerio, curiosísimo, impresionante, todo un mogollón de lápidas. Sinagogas y lápidas, el único resto del barrio judío que fue remodelado en una interesante operación de reforma interior.
Cerca del cementerio una estatua de Kafka (la de Kundera no la vimos, no sé si existe, igual hay qu esperar a que se muera). Queríamos hacerle una foto, nosotros y otros muchos turistas, pero había tres jilipollas sentados bajo ella. Cuando abrieron la boca comprobamos que, como no, eran españoles.
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