Película belga, de los hermanos Dardenne, autores de una de esas películas inquietantes, Rosetta, que en su día vi en las sesiones de cine en francés. Estos wallones ruedan, en este caso, en Lieja y sus cercanías (Searing) otra de esas películas que casi parecen documentales, con la cámara al hombro, siguiendo a los actores de cerca, sin música, sin iluminación, sin sombras, sin fotografía, con planos largos, sin efectos de sonido... vamos sin nada de eso que hace del cine un arte, o al menos, un desafío técnico. Esta forma de rodar hace que uno se meta en la historia, que en ciertos momentos no vea actores, sino personas de verdad, pero también hace que en ciertos momentos, esas personas parezcan gilipollas profundos.
La película cuenta una historia dura de un niño abandonado por su padre que sale a su encuentro y topa con una espectacular mujer, Cécile de France que, oh afortunado él, decide inmolarse acogiendo al chaval en un gesto de generosidad enorme, porque el chavalín es un poco tocapelotas.
La peli está bien, es interesante, pero a mí me dejó un tanto frío, no me parece que merezca tantos premios como tiene: Cannes y Valladolid. Al final la historia es optimista y acaba mostrando lo feliz que se puede ser simplemente recuperando esas sensaciones de la infancia montados en una bicicleta. ¿A qué estas esperando?
Me pareció reconocer las paradas de autobús de la plaza del general Leman, donde cogíamos el bus de vuelta de la Universidad hace 29 años. No sé.
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