Aprovechando el último calor del verano nos fuimos a Ruidera a hacer una ruta. Hace años que quería ir allí con la bici. Para mí, Ruidera es un sitio especial, otro de esos sitios fantásticos. Allí acampamos los amigos también un verano cuando los 18 años nos hacían vivir la vida con intensidad: tres días que nos siguen sirviendo de lugar de encuentro en nuestra memoria colectiva cada vez que nos juntamos, para volver a reír con las anécdotas contadas infinitas veces, tantas que algunas nadie está seguro de cómo sucedieron en realidad, pero ahora, pasado el tiempo, da igual. Allí pasamos luego varios fines de semana con los amigos, con la familia, y allí vivimos nuestro último viaje dentro de una ya inestable normalidad.
Me gusta Ruidera, y con agua, como estaba esta vez, mucho más. Quizás porque está cerca, porque la tenemos muy vista, no la valoramos, pero es un sitio impresionante.
Me había cargado la ruta en el GPS, pero por un misterio del destino no se cargó con lo que nos tocó improvisar. Arrancamos del bar que hay junto a la Laguna del Rey por el camino que sale junto al cementerio. Relajadamente recorrimos las dos primeras lagunas y Biarne recogió el pellejo de una culebra que nos encontramos.
Poco después, subimos una corta cuesta para salir de la depresión de las lagunas y continuar por lo alto, con unas impresionantes vistas, un punto de vista diferente al habitual. Poco más adelante, pasamos junto a una antigua Quitería donde había un retén de incendios y unas curiosas cabañas montadas con viejas tinajas.
Bajada fulgurante que nos sacó a la carretera, justo al final, donde los coches se dan la vuelta. Afortunadamente, con la bici siempre se puede seguir adelante, remontando las últimas lagunas, esas que suelen estar secas pero esta vez estaban rebosantes.
Por allí nos cruzamos con un grupo grande de ciclistas de Puerto Lumbreras que hacían la ruta provenientes de Villaneuva de la Fuente, muy equipados y escoltados por tres coches, ambulancia incluida.
Al final, una presa de captación y un curioso canal en acueducto para llevar el agua hasta una de las muchas centrales hidroeléctricas de la zona.
No entiendo como no se han planteado rehabilitar una de ellas para hacer un centro de interpretación del parque, un restaurante, un museo, o aunque sea, un puticlub ;-)
Llegamos al baño de las mulas para después bordear la laguna de San Pedro para llegar a la ermita homónima, y volver por delante del Albamanjón (qué recuerdos). Continuamos por la carretera, ya relajados, parando a observar las cascadas sobre las tobas.
Vuelta, al punto de partida, bañito reconfortante, y comida de plato combinado de esos con huevos fritos que son lo mejor para después de una ruta así. Un cafetito en el huerto y de vuelta. Día grande.
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