Como prácticamente todos los años, y que sean muchos, nos fuimos a pasar la tarde al campo para celebrar el cumpleaños de un buen amigo. Allí anduvimos dando un paseo, montando a los críos en los burros, viendo a los terneros y conociendo a los nuevos corderos : un lujo.
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Pero si hay algo que hace a esta tierra especial son las interminables puestas de sol del final del verano. Es un impresionante espectáculo, gratuito, a mano, que sin embargo, los urbanitas nos obstinamos en no ver. Ahí queda esta imagen como recordatorio: