Liados por unos compañeros del curro, el sábado pasado nos fuimos de ruta extra. El plan era sencillo: tren regional hasta Daimiel y, siguiendo el Azuer curso abajo y luego el Guadiana, vuelta hasta Ciudad Real (63 km de GPS). Nada más salir de Daimiel vimos el puente que llaman "romano": por llamar que no quede.
Es curioso porque hace unos meses, en octubre, estuvimos por dándole la vuelta a las tablas de Daimiel, y entonces, aquello era un secarral agonizante. Es alucinante como ha cambiado todo en este tiempo. Para reflexionar: como diría uno que yo me sé, no somos nadie.
Castigados por un fuerte viento de costado, a los pocos kilómetros llegamos a la unión del Azuer con el Guadiana donde estaba el molino de máquina, del que no queda nada nada.
Al llegar al Guadiana, giro de 90 grados y, oh aleluya, el viento a favor. Sin dar pedales, pronto llegamos al molino de puente nuevo, en deplorable estado, tipológicamente similar a su vecino, el molino de Griñón.
El lienzo que se conserva muestra elegantes aparejos de ladrillo en los arcos de las ventanas, y la construcción mixta de ladrillo, mampostería y tapial.
Pocos más adelante llegamos al molino de Griñón, mejor conservado, pero que necesita intervención inmediata para no quedar como su vecino de puente nuevo.
Continuamos sin esfuerzo hasta llegar el molino de Molemocho, que coincide con el carreterín de acceso al Parque Nacional de las Tablas de Daimiel. El molino ha sido restaurado con acierto y aloja en su interior un centro de interpretación de las tablas y los molinos hidráulicos. Con agua bajo el edificio, el molino queda mejor que hace unos meses.
Nos acercamos al parque a ver el ambiente, porque aquello era una especie de romería. Impresionante la resurrección de las tablas. A ver si aprovechamos el momento...
Como había mucha gente, continuamos nuestro camino río abajo. Junto a la ribera, unos gansos andaban alimentando a sus crías. La vista desde allí del molino de Molemocho en el agua, era verdaderamente esperanzadora.
Continuamos por un hermoso camino de borde las tablas, en el que no había nadie, y llegamos a un curioso lugar con cerezos en flor al sol junto a la orilla. Un lugar fantástico más para la lista.
Nos cruzamos con los compañeros de trabajo que iban haciendo la ruta en sentido contrario, penando contra el viento. Poco más adelante un viejo aprisco en ruinas, dio para unas fotos.
Empujados por el viento, pronto llegamos a una de las presas que se hicieron para retener el agua en las tablas y que hoy son claramente desbordadas por la crecida del Guadiana. Impresionante.
Un poco más adelante llegamos a Puente Navarro, donde nos tomamos una cocacola y comimos. El molino de puente Navarro ha sido restaurado (por fuera). Allí me quedé sin baterías en la cámara, por eso, este fantástico viaje por el patrimonio harinero del Guadiana, seguirá en la segunda parte, cuando Kla me pase las fotos de su cámara...
P.D.: Haz click aquí para ver la segunda parte.
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