lunes, noviembre 01, 2010

La soledad de los números primos

Otro libro más en esta feliz vuelta a la literatura. La soledad de los números primos es una hermosa (y triste) historia, escrita por Paolo Giordano, un italiano muy joven y parece que físico. Se nota que el escritor es de ciencias: el relato es directo, sencillo, no le sobra nada, no le falta nada, se lee de un par de patadas, lo que es de agradecer (nada que ver con esos tochos de 1000 páginas tan de moda últimamente).

La historia se construye alrededor de una bonita metáfora, los números primos gemelos, esos que están solos (como todos los primos), pero siempre cerca entre sí, solo separados por un par (como no podía ser de otro modo), como el 17 y el 19 ó el 41 y el 43.

Los “números primos” protagonistas de la novela son gente diferente (aunque todos somos diferentes, digo yo). Están marcados por acontecimientos de la infancia, tienen relaciones difíciles con la familia que se empeña en quererlos cuando ellos solo quieren o pueden ser “raros”. Son diferentes a los demás, por su inteligencia en un caso, o por una obsesión/enfermedad como la anorexia en el otro. Se acercan, se quieren, se entienden, pero nunca dan el salto de unirse, porque entonces no serían primos. Y así, en sus idas y venidas, nos muestran la esencia de la soledad, de la diferencia.

Lo cierto es que estamos rodeados de números primos. Los hay que asumen su condición, viven con ello y no pretenden romper su soledad. Se acorazan para que nadie logre entrar en su reino, y parecen felices, aunque supongo que, en el fondo, echan de menos su par, alguien en quien apoyarse. Otros son todavía peor, porque no asumen su esencia e intentan encontrar un par que no existe, que sea como ellos, que haga lo que ellos quieren, que se adapte totalmente. Y claro, no entienden que cada número es diferente, con sus características y que hay que aceptarlos como son. Son incapaces de tener empatía (según la RAE: Identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro). Y lo acaban destruyendo todo porque, en el fondo, solo quieren estar solos. Y es una pena, porque suelen ser gente interesante.

Por cierto, yo, puesto a ser un número, prefería ser complejo e irracional (a ser posible trascendente), para tener una parte imaginaria y estar lleno de infinitos matices. Por pedir que no quede, ¿no?.

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