Madrugamos para salir pronto, cargar las bicis en el furgón de nuestro transporte, y con mi coche, destino Barajas. Mientras que Biarne oía bacalao en el furgón, el resto disfrutamos de un viaje tranquilo y silencioso.
Tras facturar las bicis y un vuelo sin novedad, en el control de pasaportes del aeropuerto de Sofía, uno de los policías preguntó a una de las chicas si era la “señora de House”. Tras unas risas, las bicis nos esperaban en la cinta de equipajes.
Nuestros guías nos llevaron a hotel, un cinco estrellas con piscina y jacuzzi, que dejamos para el último día, cuando nos iba a ser más necesario y, tras montar las bicis, dimos un paseo por el centro de Sofía, algo monumental y con cierto tufo comunistoide.
Sofía tiene muchos contrastes, entre los bloques de vivienda socialistas desconchados, los BMW serie 6, el capitalismo mal digerido, los viejos tranvías y trolebuses. Llegamos hasta la catedral que estaba cerrada, y como se nos hizo tarde, acabamos cenando en un moderno restaurante, todo muy rico y económico.
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