Ya en las montañas de Rodopi, y con unos cuantos kilómetros en las piernas, nos lazamos a la cuarta etapa de este fascinante viaje. Los primeros kilómetros fueron un placentero descenso por una carretera en obras (el dinero de mamá Europa que llega, como en su día sucedió en España), hasta llegar a Barutin (esta vez si he sido capaz de traducir el cirílico ;-).
Allí charlamos con un búlgaro que trabajaba en Pamplona y comenzó una larga subida hacia Chavdar, desde uno de sus zigzags se veía a Kla peleando con al cuesta.
A la salida del pueblo, mientras sufríamos en un tramo de fuerte pendiente con profundas roderas, nos pasó un viejo camión soviético y, poco después, una moto. El piloto dejó que su compañera subiera andando, mucha cuesta para subir con dos, de hecho, pareció un milagro que ese trasto subiera la cuesta (eso sí, no ahumó de lo lindo).
Más adelante nos introducimos en el bosque para acercamos a la frontera griega. Por allí saltó uno de los eslabones de la Mérida, pero nuestro guía y Biarne lo arreglaron sin problemas. Recorrimos un buen tramo por el camino de vigilancia de la frontera, done algunas alambradas quedaban como recuerdo de la época en que aquello era el límite entre dos mundos. Fue por allí donde la tovarich se lanzó a subir una cuesta imposible y, cuando no pudo más, cayó en interior de una profunda rodera, con la mala suerte de que se levantó la costra de unos de sus raspones del primer día.
Foto desde el alto, y bajada rauda hacia Buynovo, donde tocaba comer, vacilar con los chavales, y comer pipas en un banco (si en Bulgaria también comen pipas). Tras la comida, preciosa bajada por el río Buynovska, y de nuevo a subir, a Yagodina primero donde encontramos señales de una carrera velorraly que se había diputado por allí (lo de al lado es una esquela, una tradición muy popular en Bulgaria, los pueblos están plagados).
Y desde allí, más cuestas hasta llegar a lo alto de la garganta del diablo, un lugar espectacular debajo del cual se encuentra una cueva que visitamos al día siguiente.
Una rápida bajada nos llevó hasta Trigrad, donde nos alojamos en una casa particular, donde para comprobar nuestra honradez, nos dejaron un billete de 10000 levs (unos 5000€) que no cogimos, no por honrados, sino porque nos mosqueó el hecho de que estuviera tanto dinero por ahí tirado (luego confirmamos nuestras sospechas, era un billete de antes de la devaluación y valía unos 5 € a todo tirar).
Uno de los momentos fuertes del viaje fue la Musaka con yogur que nos cenamos esa noche, simplemente deliciosa.
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